Aventura estival montevideana.


I.
La tarde se está haciendo larga para Fucile. Afuera estaba divino, luego de un día muy tormentoso, y él perdiendo el tiempo ahí, frente a su escritorio. Todos eran unos desconsiderados. Con la capacidad que tenía Fucile, y no le daban el cargo que merecía… Hacía años que le era vetada una y otra vez la encargatura a la que aspiraba.

Fucile no comprendía cómo alguien tan eficiente, tan locuaz, tan inteligente, tan bello para las mujeres… no gozaba de los privilegios que merecía.

Bueno, al menos, eso era lo que él creía.

Por supuesto, y como no podría ser de otra manera, todos los días Fucile se lamentaba de su magra suerte, y comenzaba su oratoria con quien sea que estuviese de turno:

-Vos te das cuenta, acá en esta oficina yo soy el que mejor labura, viste que Bertoni es un tronco, aparte de ser aburrido y tener poco carisma, pero ¡él tiene más categoría que yo! ¡Te das cuenta! ¡Claro, lo que pasa es que se acomodó con La Gorda!

Eso sí, cuando Julia, una escultural rubia con minifalda ajustada pasaba por el corredor, Fucile interrumpía su oratoria:

- Hoolaaa preciosa-le gritaba a Julita, cada vez que la veía, después de haber girado la cabeza con cara de nabo:

-Hola Jacinto. ¿Andás bien?

-Sí corazón.

-¿Te ayudo con esos papeles?

-No, gracias Jacinto. Nos vemos.

-¡Viste!- proseguía entonces Fucile con su intrascendente oratoria.

–Le dio vergüenza aceptar mi compañía, ¡está muerta conmigo!

-Sí, Jacinto- respondía el infortunado escucha, con tal de que dejara de hablar, misión inútil, por cierto.

-La verdad es que si algo es obvio, es que a todas se ponen nerviosas cuando les hablo, creo que soy demasiado para ellas.

-Sí, Jacinto.

Fucile sacaba pecho, se contemplaba en el reflejo de la ventana, se acomodaba el pelo.

El pelo.

¿El pelo?

Los tres pelos locos que le quedaban, los cuales todas las mañanas se tomaba el trabajo de distribuir, en líneas paralelas y con mucho gel de por medio, por su cabeza calva. Por otra parte, pasaba horas frente al espejo eligiendo entre sus múltiples remeras: O la verde flúo con el número 10, o la roja con cuello verde, y luego se ponía sus jeans gastados… un cinturón de cuero.
Claro está, que Jacinto Fucile estaba un poco pasadito de peso, así que tanto la remera verde flúo con el número 10, como la roja con cuello verde, revelaban, puesto que elegía talles chicos, su incipiente buzarda.

II.

Fucile volvió a su escritorio. Jugó dos partidas más de tetris, y dos de solitario, y se conectó al msn. Como siempre, puso los parámetros: “Mujeres” “25 en adelante” e hizo click en “Buscar”.
Apareció una larga lista, y de repente, como por arte de magia, un rostro perfecto, un cabello miel, unos labios carnosos. La mujer aparecía registrada como Luci666. Fucile no podía perder el tiempo. Una cosita como esa no aparecía todos los días. Así que le mandó una solicitud de contacto. A los 15 minutos, Luci666 lo aceptó.

“Fá, era obvio, cómo gano, la p.”

No perdió un solo instante y abrió la conversación.

Jaci dice: “¡Hola Luci!

Luci dice: “Hola”.

Jaci dice: “¿Qué hacés?

Luci dice: “Acá, y vos”.

Jaci dice: “Trabajando, pero estoy de recreo”.

Luci dice: “¿Dónde trabajás?

Jaci dice: “En el Ministerio de Relaciones Interiores. Soy el que lleva la sección, aunque viste como es todo, al que trabaja no le reconocen nada. Estuve ingresando datos en el sistema todo el día, hasta que me dije que merecía un descanso”.

Luci dice: “Claro, dulce, pasa eso, a veces se abusan de tus buenas intenciones”.

Jaci dice: “Claro, yo acá hago todo, estoy a mil, no paro un segundo”.

Luci dice: “¿Y no has reclamado?

Jaci dice: “Mirá Luci, ¿qué te parece si seguimos charlando personalmente? Perdoname, pero yo soy un tipo que tengo mis objetivos bien claros, y cuando algo me interesa, no me gusta perder tiempo, y por supuesto me interesás Luci”.

Pasaron unos breves instantes que a Fucile le parecieron horas eternas, hasta que Luci respondió:

Luci dice: “Bueno”.

Jaci dice: “¡Genial!”

III.

La cita quedó concertada para la hora 20 en 18 y Yí. Fucile apenas terminó de chatear, le dijo a Bertoni:

-Bertoni, hoy me voy a retirar más temprano, tengo cosas que hacer.

-Vaya tranquilo Fucile.

Fucile había pasado toda la tarde decidiendo su atuendo nocturno, desde la ropa interior, hasta la remera adecuada, para esta ocasión usaría la especial. La especial era una especie de musculosa abotonada adelante y escocesa.

“¡Fa! Me apreta. Pero papá se aguanta”.

En cuanto a su ropa interior, había elegido su calzoncillo preferido, uno apretando a rayas violeta y rojo.

“¡Fa! ¡Con esto la mato”.

Por supuesto, luego, Fucile pasó largo rato acomodando su “cabello”. Se puso más gel que de costumbre.

Se bañó en su colonia preferida.

Cuando estuvo listo, eran las 19 y 30. ¡Qué tarde se le había hecho!

IV.

Fucile había arribado un minuto antes de las 20 a la hora convenida. Se contemplaba en las mamparas exteriores del bar “Facal”.

Pasaron 5 minutos.

Pasaron 10 minutos.

Pasaron 15 minutos.

Pasaron 20 minutos.

Pasaron 25 minutos.

Pasó media hora, y Fucile estaba empezando a creer que lo iban a dejar plantado.

Pues no. Para su sorpresa, tal acontecimiento no sucedió.

Media hora más tarde, alguien le susurró al oído:

-Hola Jaci…

Fucile giró la cabeza.

¡La p.! ¡Era la misma mujer de la foto! ¡Fucile no cabía en sí de gozo!

-¡Luci! ¿Cómo estás?

-Muy bien, ¿y vos?

Fucile estaba como loco. Luci era una belleza. Tenía el rostro de la foto, y un cuerpo perfecto.

“Era obvio, no sé porqué tenía miedo” –pensaba Fucile- “Si yo las tengo muertas a todas”.

-¿Qué querés hacer, preciosa?

-Tengo un poquitito de hambre, Jaci.

-¿Entramos acá? (Fucile se refería a Facal).

- A mi me gustaría más ir al Mercado del Puerto, Jaci.

-Tus deseos son órdenes, princesa, ¡allá vamos!

V.

Se sentaron en una mesa afuera. Les trajeron la carta.

-¿Jaci?

-¿Qué, bebé?

-¿Puedo pedir entrada? Es que me encanta la “Ensalada del Mar”.

-Tus deseos son órdenes.

La cena trascendió en medio de una charla afable, Luci reía, Fucile estaba obnubilado, la cuestión es que Luci había pedido vino, un plato de pastas, y también postre. Cuando el mozo le trajo la adición, Fucile casi se cae de …

“No importa. Papá va salir de esto” pensó, y pagó con Oca.

Esa hembra lo valía todo, además ahora venía lo mejor… y si había pagado esa cena para tener a Luci, ¿qué importaba?

-Luci… ¿vamos a un lugar más tranquilo?

-¡Obvio, ricura!

“¡Fá! ¡Me dijo que sí! ¡No lo puedo creer! “

-¿Jaci? ¿Podemos ir al Plaza Fuerte?

-No lo conozco- repuso con sinceridad Fucile.

-Es acá cerquita, en la calle Bartolomé Mitre.

-¡Claro, ricura!

Cuando llegaron a la puerta, Fucile quedó atónito. El “Plaza Fuerte” era un hotel de cuatro estrellas. Las tarifas de las habitaciones eran en dólares.

“¡No importa!” Se repetía Fucile “¡Voy a pasar la noche más alucinante de mi vida, y todo vale la pena!”

Entraron en la habitación. Luci dijo:

-¿ Me esperás Jaci? Me voy a dar un baño de espumas…. Ya vas a ver…

Fucile se hacía la película. ¡Todo eso no podía ser para él!

VI.

Pasaron 15 minutos.

Pasaron 30 minutos.

Pasó 1 hora.

Pasaron 2 horas.

Pasaron 3 horas.

Y Luci salió del toillete.

Un aroma floral la envolvía por completo. SE había puesto la bata blanca del hotel.

Fucile estaba como loco.

Lentamente, Luci levantó las sábanas de seda.

-Vení, Jaci- dijo mimosa.

Fucile le quería meter mano por todos lados, estaba eufórico.

-¿Jaci? ¿Te puedo pedir una cosa?

-Claro bebé.

-Jaci, mañana me vence la VISA y no llego. Estoy muy preocupada¿Vos me podrías prestar? ¡Mañana te lo devuelvo!

-Claro bebé. ¿Cuánto necesitás?

Luci le dijo la cifra, Fucile pensó unos minutos. Bien, le daría el efectivo, y luego, financiaría la estadía en el hotel. Luci merecía eso y mucho más.

-¿Me lo das ahora? Así lo guardo y nos dedicamos a lo nuestro, Jaci.

Fucile se levantó, tomó todo el efectivo de su billetera y se lo entregó a Luci. Ella lo guardó en su cartera.

A continuación, volvió a la cama.

Había pasado un minuto, cuando el celular de Luci sonó.

-Esperá que atiendo, Jaci, y ya estoy contigo.

Fucile ya no daba más. Se había hecho no una, sino mil películas acerca de todo lo que iría a hacerle a Luci. Pensaba en eso y se regocijaba.

-¡Jaci! ¡No sabés lo que pasó!- Luci estaba muy seria.

-¿Qué pasó, bebé?

-¡Internaron a mi padre! ¡No se sabe si es un infarto! ¡Me tengo que ir! ¡Perdoname! ¡Mañana te llamo!

Anna Donner © 2010

Yo soy la Otra.


I.

-Claudia, ¿nos podés traer café?- inquirió el Ingeniero Márquez a su secretaria –No me transfieras ningún llamado, pasá, Ibarburen.

Claudia vestía falda azul y camisa blanca, hacía cinco años que trabajaba para la Compañía de Software. Presurosa, se dirigió al despacho del Ingeniero con el pedido solicitado.

-Gracias-dijo el Ingeniero, y cuando Claudia hubo cerrado la puerta, Ibarburen había girado su cabeza unos 180 grados.

-¡Tiene buen culo mi secretaria!- repuso Márquez.

Los ojos de Ibarburen habían quedado fuera de sus órbitas. Márquez quería distraerlo, pero no tendría suerte.

-Marquez, vos sabés que me prometiste los sistemas para setiembre, y ya estamos en enero. ¡Ya no sé qué decirle a los dueños! ¡Confié en Ustedes!

-Mi querido Ibarburen, vos sabés que los atrasos se deben a que tu personal no entrega la información que necesitamos, ¡hace meses que la venimos pidiendo!

-¡Pero no se trata sólo de eso! ¿O los programas ya están prontos?

-¡Por supuesto que lo están! Ya sabés de la calidad de nuestros servicios de consultoría. Les hemos proporcionado expertos de primer nivel, pero sin información; ¿cómo quieren ver los resultados?

II.

-¿Necesita algo más? – le preguntó Claudia a Márquez.

-No, gracias – dijo él.

-Entonces, hasta mañana.

-¡Esperá! ¡Ya me estoy yendo! ¿Te puedo alcanzar a algún lugar? Hoy no tuvimos respiro con el tema de la licitación de Ibarburen, y tu ayuda fue de gran importancia. Son las nueve de la noche, ya hace dos horas que tenías que haberte ido.

Claudia se puso un tanto nerviosa, pero aceptó la oferta de su jefe. El, parecía otra persona que durante el día, le hablaba suave y en tono amable.

-Bueno, si no te desviás mucho.

-No hay problema.

Ambos recogieron sus abrigos, y bajaron por el ascensor. A Claudia ese viaje le pareció una eternidad, la oficina era en el piso 18 y la máquina se desplazaba muy lentamente. El área disponible para ambos no era precisamente grande, así que quedaron enfrentados, casi el uno contra el otro. Claudia estaba tiesa.

Se bajaron en el garaje. Márquez primero le abrió la puerta a Claudia como todo un caballero, luego, dio la vuelta, subió a su asiento, tomó el volante, y puso el vehículo en marcha.

III.

Márquez estacionó en la puerta del edificio de Claudia. De repente, ella lo vio muy pálido.

-¿Estás bien?

-Se me parte la cabeza.

-¡No tenés ningún analgésico?

-Hoy iba a ir a comprar, y ya viste, tuvimos un día de locos.

-Yo tengo en casa, si querés, te alcanzo.

-No, no te voy a hacer bajar, mejor yo subo, claro si no te molesta.

-No, claro que no.

Subieron por segunda vez a un ascensor, pero esta vez, Claudia estaba más relajada.

Abrió la puerta de su departamento y ambos entraron.

-Disculpá el desorden; ya te traigo la Dorixina.

Claudia entró en el baño, donde guardaba un botiquín y extrajo un comprimido. A continuación, fue a la cocina y le sirvió a Márquez un vaso de agua.

Cuando entró en el living, Márquez había tomado asiento en el sofá.

-Me tomé el atrevimiento de sentarme, tengo una puntada muy fuerte.

-Tomate esto, que ya va pasar.

Márquez tragó la Dorixina.

Luego, dijo:

-El estrés me está matando.

-Tendrías que trabajar menos horas- dijo ella.

-Tendría… pero para eso debería volver temprano a casa.

-No entiendo.

-Con mi mujer las cosas no están bien, perdóname que te esté agobiando con mis problemas.

-No me agobiás para nada.

-En realidad, hace tiempo que se apagó la pasión entre nosotros. Pero viste como es, los chicos aún están en la escuela… Te juro que hay días que no soporto ni que me hable. Ya no me siento atraído por ella. No me despierta deseo sexual. Llego a casa, y lo único que me esperan son problemas.

-¿Y no hablaron de sus diferencias?

-Al principio, sí, pero ahora, el tema ya no se toca, prefiero decirle a todo que sí, antes que entrar a polemizar con ella. Me exaspera.

Claudia lo escuchaba, en silencio.

-Perdoname, ya me voy. Con el día que tuvimos, y yo te estoy dando la lata.

-No, no te preocupes.

-Sos muy generosa y comprensiva.

-Gracias.

-Además, me gustás mucho.

A Claudia, Márquez siempre le había parecido atractivo. Ahora, estaba en trance, puesto que él se había desnudado ante ella, le había contado sus intimidades. Eso la conmovió profundamente, y deseó que la abrazara, para poder contenerlo, para que descansara de su rutina hogareña…

Cuando Claudia quiso acordar, Márquez le estaba dando un apasionado beso.

IV.

-Claudia, ¿salís esta noche con nosotras? – le dijo su amiga Fernanda, un sábado de primavera.

-No, yo estoy en pareja y muy enamorada.

-Pero Clau, es sábado.

-¿Y eso qué importa? ¿Si los sábados él no puede?

-Es momentáneo. No podría estar con nadie que no sea él.

-¿No te importa compartirlo con otra?

-No hay nada entre ellos, se van a separar. Es cuestión de tiempo.

-Para no haber “nada”, dos horas una vez por semana no es demasiado tiempo.

-Ya te dije, Fer, es momentáneo, ellos se están separando, y es por nuestro bien.

-¿Pero él te dio alguna prueba de que se van a separar?

-Me lo dice todos los días. Ya no la soporta. No tienen sexo, ni le gusta.

-¿La viste alguna vez?

-No.

V.

Todo había empezado esa noche de verano. Ella se había entregado en cuerpo y alma a Márquez, y se había enamorado hasta la médula, pronto celebrarían su aniversario.

Se veían una o dos veces por semana. Los martes y los jueves. Ella le preparaba la cena, hacían el amor, y como máximo permanecía dos horas con ella.

-Teneme paciencia- le decía él- estoy tratando de solucionar todo lo más pronto posible para tener todos los días para vos. Si llego tarde a casa, se nos va complicar todo.

En la oficina, Márquez se mostraba frío como siempre.

-Esto lo hago por nosotros- le decía- si alguien se entera, se van a entrometer entre nosotros.

Claudia tenía una fe ciega en él.

Desde que todo había comenzado, vivía por Márquez y para Márquez.

A veces, él cancelaba sus escasos encuentros a último momento.

Claudia tenía la mesa preparada con velas, y había cocinado toda la tarde, y él se tardaba.

Ella lo llamaba, y él le decía:

-Disculpame, mi amor, surgió una reunión a último momento y no voy a llegar. Pero te voy a compensar, ¡te lo prometo!

Claudia ni se cuestionaba la veracidad del testimonio. Su vida se había reducido a Márquez.

VI.

Se acercaba fin de año. Con él, diciembre y las despedidas.

A pesar de las negativas de Claudia, Fernanda insistía en que se despejara un poco, una salida no le iba a hacer mal a nadie, le decía para tratar de convencerla, pero hasta el momento, había sido una misión inútil.

Claudia en lo único que pensaba era en Márquez, y que pronto estarían juntos. Seguramente, vivirían en una bella casa, y al fin, (estaba segura), él terminaría proponiéndole casamiento. Lo único que desconocía, era si él se habría casado por Iglesia, porque la máxima ilusión de Claudia, era precisamente esa, casarse con Márquez vestida de blanco.

Incluso, desde hacía unos meses, había comenzado a comprar un ajuar hogareño, el cual guardaba en una gran caja de color rosa, la cual contemplaba todos los días con mucha ilusión.

Claudia organizaba su presupuesto, y con lo que sobraba, adquiría algún componente nuevo para su vida de esposa.

Se hallaba pensando en un cristalero muy bonito, como el próximo ítem a adquirir, cuando sonó el teléfono.

Fernanda la invitaba por enésima vez a una despedida.

-Clau, la noche está divina, dale, ¡hacelo por nosotras!

-Está bien.

VII.

El boliche estaba a full. Claudia, Fernanda y sus amigas, estaban sentadas en una mesa, charlando y riendo. Todas, excepto Claudia. Se sentía mal consigo, lo estaba traicionando, se culpaba.

-¡Clau! ¡Cambiá esa cara!

-No tendría que haber venido. Si él se entera, se va poner mal.

-¡No te preocupes!

-No quisiera lastimarlo bajo ningún concepto…

-¡Dejate de pavadas!

De repente, Claudia le dijo a Fernanda:

-¡Tapame!

-¿Qué pasa, Clau?

-¡El está en la barra! ¡Me muero si me ve!

-Pará, tranquilízate.

-No, tengo una idea mejor, me voy a acercar, y le voy a pedir perdón.

-¡Pero Clau! ¡No tenés que pedir perdón por nada!

Era tarde. Claudia ya se había levantado, y se dirigió presurosa hasta la barra. Demoró cinco minutos en atravesar ese mundo de gente. Finalmente, accedió a Márquez, y cuando se disponía a decirle -¡Mi amor! - quedó lívida.

Márquez estaba de la mano con una mujer rubia, alta, y de ojos azules. Bellísima mujer. Márquez la estaba besando, cuando vio a Claudia.

Tranquilamente, y sin inmutarse siquiera, se dio vuelta y le dijo:

-¿Cómo está, Claudia?

A continuación, hizo las presentaciones del caso:

-Mariana, mi mujer, Claudia, mi secretaria.

-¡Encantada!- dijo Mariana. A continuación, le dijo a su marido, haciéndole una guiñada:

- ¿Vamos a casa, mi amor? Ya es tarde.

Anna Donner © 2010

Esemeeses.


I.

Cloe y Soledad se sentaron en una mesa en la vereda de la plaza Matriz. El día era veraniego, pero agradable, no hacía un calor agobiante, sino más bien una brisa breve hacía renovar el aire circulante.

Soledad no estaba de muy buen ánimo, por eso Cloe la había invitado a charlar. Pidieron dos cervezas heladas.

-Cambiá esa cara, ¡por favor!- repuso Cloe. -¡No es el fin del mundo!

Soledad estaba pendiente de su celular. Pero el mensaje que anhelaba recibir estaba demorado.

-No te pongas ansiosa, porque sino es peor.

-¿Y cómo se hace eso, Cloe? Vos sí que sos una tipa con suerte.

-¿Por?

-Porque no te importa ninguno, y todos te llaman, te escriben mensajes, ¡y se enamoran!, pero a mí, que sí me importan, siento que el único interés que tienen en mí es sexual. ¿Acaso estoy maldita?

Cloe creía comprender la razón del sufrimiento de su amiga, pero no quería mortificarla, así que repuso:

-Sole, El no es el único hombre sobre la faz del planeta.

-¡Pero siempre que me ilusiono, me va mal! ¿Por qué; Cloe? ¿Qué es lo que hace que no se involucren conmigo? ¿Vos cómo hacés? ¿Cuál es la receta?

-Sole, en cuestiones del amor, no hay recetas.

II.

Soledad había conocido a Joaquín hace un tiempo. El primer día que lo vio, supo que era El Hombre de su Vida. Estaba embelesada. Todo le gustaba de él, su mirada, su voz, su personalidad. Lo veía en la heladera, en la sopa, en el cepillo de dientes. Pero ella no se sentía segura de él. Soledad no entendía:

-¿Qué sentís por mí?- le preguntaba.

-Vos me gustás Soledad.

-Gustar, ¿cómo?

-Sos una mujer deseable, atractiva, sos buena tipa.

-¿Y nosotros qué somos?- Preguntaba entonces Soledad.

Entonces, Joaquín enmudecía.

-Vos me gustás, Soledad. - repetía él.

-¿Sólo eso?

-Ya te dije que me parecés atractiva, y buena tipa.

Entonces, Soledad callaba.

III.

Cloe miraba a su amiga, y no hallaba respuestas.

-¡Es que yo estoy enamorada!

-Sole, para que eso funcione, son dos personas las que tienen que estar enamoradas, sino, estás condenada al eterno sufrimiento.

-¿Y por qué de vos sí se enamoran, Cloe?

-No sé si se enamoran, Sole.

-¡Ay, Cloe! Los hombres quedan embobados contigo, les importás, se comunican, y conmigo, ¡no!

-No es tan así, Sole.

-Fijate que si yo no soy la que toma la iniciativa en llamar a Joaquín puede pasar una semana, y no me llama.

-¡Y no lo llames!

-¿Pero cómo no lo voy a llamar si lo Amo?

-Si lo llamás, estás habilitando la posibilidad de sentirte frustrada cuando él no te responda como esperás.

IV.

-Joaquín, yo siento que no te importo.

-Claro que me importás, Soledad.

-¿Pero vos pensás en mí?

-Claro, Soledad.

-¿Y por qué no nos vemos más seguido?

-Soledad, vos sabés que el trabajo me tiene a full, aparte estoy estudiando para los exámenes.

-¿Pero entonces, porqué tenés tiempo de ir al club?

-Soledad, perdóname, pero siento que me presionás mucho.

-Pero Joaquín, si yo no te llamo, ¡vos no me llamás nunca!

-No te llamo porque sé que estás bien. Además vos me llamás.

-¿Te molesta que te llame?

-No, claro.

-¿Pero entonces, qué somos?

-¡Otra vez con lo mismo Soledad! Somos dos personas que se gustan, y disfrutan estando juntas.

-¿Nada más?

V.

Durante el lapso de tiempo que han estado sentadas en la plaza, Soledad había chequeado su celular diez veces.

-Sole, ¡dejá de estar pendiente del teléfono!

-Pero Joaquín me dijo que hoy me mandaba sms temprano porque vamos a salir y ¡son las dos de la tarde, y no me mandó nada! Le voy a mandar yo, ya no puedo más con esta ansiedad.

-¡Pará, Sole! ¡Aguantá un poco!

-No, seguramente se le complicó, estuvo de reuniones.

Acto seguido, Soledad escribió:

"Mi amor, ¿a qué hora nos vemos? Besos, Sole"

E hizo click en "Enviar".

-¡Es que no sé qué voy a ponerme, y quiero saber si vamos al cine o a bailar!

De repente, el celular de Cloe sonó en su cartera. Soledad le dijo:

-¿No te fijás quién es?

-Ahora va.

-¿Cómo podés contenterte?

-Te voy a dar el gusto, Sole.

El mensaje era de Diego.

-¿No le vas a responder?- preguntó extrañada Soledad.

-Sí, pero dentro de un rato. No es nada urgente.

A continuación, Cloe puso el celular en silencio.

-Así te quedás tranquila, y seguimos conversando sin que nos interrumpan- dijo.

-¿Cómo lo podés poner en silencio? ¿No te quema la cabeza saber si alguien te está escribiendo algo?

-Después me fijo, ¡Sole!.

Soledad abrió su cartera, y revisó su teléfono. Joaquín aún no había respondido.

-¿Lo habré enviado bien?- A continuación revisó la carpeta "Enviados" y allí figuraba su último mensaje a Joaquín.

-¿Por qué no te tranquilizás? Charlemos de otra cosa, así te distraés- propuso Cloe.

-¿Qué te "dice" Diego?

-Quiere salir esta noche, pero yo estoy muy cansada.

-¡Pero Cloe! ¡Es sábado!

-No sé, no tengo muchas ganas.

-¡Dios le da pan al que no tiene dientes! ¡Diego está re-bueno, y está muerto con vos! ¿Cómo podés no tener ganas de salir con él?

-Porque ya está todo dado.

-¿Qué? ¿Cómo todo "Dado"? ¡No te entiendo!

-Sole, vayamos al cine hoy.

-¡Pero voy a salir con Joaquín!- repuso Soledad, molesta.

-Bueno, pero si por alguna de esas casualidades no salen, yo te invito al cine, ¿tá?

VI.

Estaba anocheciendo. Soledad había chequeado su celular, y no había recibido respuesta. Incluso, y para asegurarse de que Joaquín habría oído el mensaje, se lo había reenviado un par de horas antes.

Sonó el teléfono. Era Cloe.

-¡Cloe! ¡No me llamó! ¡Me siento una estúpida!.

-Escuchá, vamos al cine.

-¡No estoy de ánimo!

-Dale, Sole, te va hacer bien, así te distraés un poco y te olvidás de ese tipo.

-¡No es "ese tipo"! ¡Es el hombre de mi vida!

VII.

Cloe al fin lo había conseguido. La película estuvo buena, y cuando salieron del "AlfaBeta" la noche estaba muy agradable. Corría una brisa que invitaba a caminar, así que Cloe no perdió el tiempo:

-¿Vamos a Don Trigo a tomar unas cervezas?

-¿Más cerveza, Cloe? ¡Acordate que esta tarde ya tomamos!

-Dale, sino, te tomás un licuado.

-Está bien.

Ambas caminaron por Barreiro en dirección a la Rambla. No había una sola nube, y una luna blanca y redonda lo iluminaba todo.

-¡Está divino! ¿Viste qué luna, Sole?

-Perdoname, Cloe, pero no me importa nada de cómo está la luna.

Siguieron caminando en silencio, había mucha gente en la calle. Justo de rebote consiguieron una mesa en la vereda, porque una pareja se estaba levantando.

-¡Sentémonos acá!-propuso Cloe.

Pidieron una picada. Soledad estaba mejor de ánimo, no obstante seguía mirando el teléfono cada diez minutos. Cloe prefirió no decirle más nada.

-Yo soy una mujer sin suerte- dijo Soledad.

-¡No digas eso, Sole! No somos moneditas de oro como para gustarle a todo el mundo.

De repente, el celular de Soledad ¡pitó! Cloe nada dijo, y Soledad abrió su cartera. Se trataba de un mensaje de texto.

-¡Es de Joaquín!

"Se complicó salí de trabajar a las nueve. Te llamo, BSs."

-¡Y yo pensando mal! ¡Pobrecito Mi amor! Debe de estar muy cansado.. - dijo Soledad.

-¿Qué hacés?- le preguntó Cloe.

-¡Le respondo! Si no, va pensar que él no me importa.

-¡Ay Soledad! ¡El ya sabe que le importás!

-¿Cómo podés ser tan fría, Cloe?

-Bueno, si eso te tranquiliza, contestale- repuso resignada Cloe.

"Mi amor: Andá a descansar, quedate tranquilo, te sigo amando, Sole. ¿Mañana me llamás?"

Soledad ahora estaba sonriente.

-Cloe, ¿qué pensás? ¿Y si me hago reflejos, creés que a Joaquín le gustarán?

-¿A vos te gustarían?

-¡Sí!.

-Entonces, hacételos.

-Pero, ¿Y si a Joaquín no le gustan?

-Bueno, Sole, ¡entonces no te los hagas! - repuso un tanto molesta Cloe.

Soledad pareció no percibir el tono de Cloe, y siguió con su monólogo.

-Mañana me voy a Montevideo Shopping y me compro las sandalias que te mostré la semana pasada, ¿te acordás, Cloe?

-Si, Sole.

-Así me las pongo para salir con Joaquín.

-¿Pero él te dijo que iban a salir mañana?- preguntó Cloe.

-¡Me puso "Te llamo"!

-Está bien, Sole.

-Y creo que además de las sandalias, me voy a comprar una solerita muy mona, que vi en Zara, ¡así me ve espectacular!

-Sole, vos sos mona y espectacular, nadie tiene que verte, ¡lo sos!- dijo Cloe.

Soledad estaba en trance. No prestaba una décima de atención a lo que Cloe le decía.

-Y creo que me voy a comprar también la cartera negra que hace juego con las sandalias.

De repente, Cloe la interrumpió.

-¡Sole! ¿Ese que va caminando no es Joaquín?

Soledad miró hacia la acera de enfrente.

Joaquín iba abrazado a una morocha de pelo largo.

Anna Donner © 2010
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