- Eso no puede ser amor, mija – ¿Cómo se me viene a enamorar de alguien que está adentro de una máquina? Tómese un mate – doña Berta, permanecía incrédula, su nieta se había vuelto una verdadera zombie.
- Abu, ¿por qué no me dejás que te enseñe? – preguntó Tamara en el enésimo intento.
- Tamy, yo ya estoy vieja para esas cosas – se resistía doña Berta.
- Abu, sólo es cuestión de tener ganas, ¿sabés que no hay edad para dejar de hacer nada? Si quisieras, podrías “hablar” con el tío Saúl, con la prima Maia..- ¿Te pusiste a pensar, abu, cuántas cosas la gente se veda y utiliza la edad como excusa?
- En mi época, todo era distinto. Nada más lindo que recibir un ramo de flores.
- Abu, no seas tan cursi-
- Ustedes los jóvenes se mofan de las cosas más bellas que tiene el amor-
- Abu, ¡dejá de hablar como una vieja!-
- ¡Soy una vieja!-
- ¡Vos te hacés vieja!-
- Seré una vieja, pero yo sigo prefiriendo el amor romántico, ese en el que un día, recibís una carta de amor, quizá acompañada de una rosa, no me olvido cuando tu abuelo se arrodilló y me preguntó si quería pasar el resto de mi vida con él.
- ¿No tuviste ningún otro novio antes?
- No.
- Y no te volviste a casar, enviudaste muy joven.
- Es que sigo amando a tu abuelo.
- ¿Cómo podés amar a un muerto? Abuela, trato de entenderte, pero no puedo.
- Ustedes los jóvenes, viven tan rápido, todo es, todo pasa, y está bien, pero nosotros no éramos así.
- Abu, ¿nunca tuviste deseos por otro hombre?
- Bueno, los ojos están para mirar.
- Y, ¿por qué te quedaste sólo con eso?
- Mija, en el mundo de las fantasías una puede desear; eso no es problema –
- Abu, no entiendo cuál es la diferencia. Desde el momento que surge el deseo, no importa si queda en la fantasía, o se hace realidad. Inútil es negarlo, ese deseo, existe.
- Mija, usted le da muchas vueltas a todo, esa carrera de filosofía la hace enredar las cosas. Ya le dije que eso no tiene futuro-
- Abu, me gusta dedicarme a lo que me apasiona, no pienso en el dinero.
- Eso lo decís ahora, porque sos joven, y no te falta nada. Ustedes son tan inconcientes.
- Tanto como para no desperdiciar la vida, estudiando algo que no sentimos. No, abu, nunca podría.
- Tamy, yo te lo digo por tu bien.
- Abu, tantas cosas se dicen y hacen en nombre del bien...
- Cuando yo ya no esté en este mundo, un día vas a recordar mis palabras.
- Ufa, abu, no me vengas con eso, ahora estás viva, y no quiero pensar en cuando estés muerta.
- Abu, no seas tan cursi-
- Ustedes los jóvenes se mofan de las cosas más bellas que tiene el amor-
- Abu, ¡dejá de hablar como una vieja!-
- ¡Soy una vieja!-
- ¡Vos te hacés vieja!-
- Seré una vieja, pero yo sigo prefiriendo el amor romántico, ese en el que un día, recibís una carta de amor, quizá acompañada de una rosa, no me olvido cuando tu abuelo se arrodilló y me preguntó si quería pasar el resto de mi vida con él.
- ¿No tuviste ningún otro novio antes?
- No.
- Y no te volviste a casar, enviudaste muy joven.
- Es que sigo amando a tu abuelo.
- ¿Cómo podés amar a un muerto? Abuela, trato de entenderte, pero no puedo.
- Ustedes los jóvenes, viven tan rápido, todo es, todo pasa, y está bien, pero nosotros no éramos así.
- Abu, ¿nunca tuviste deseos por otro hombre?
- Bueno, los ojos están para mirar.
- Y, ¿por qué te quedaste sólo con eso?
- Mija, en el mundo de las fantasías una puede desear; eso no es problema –
- Abu, no entiendo cuál es la diferencia. Desde el momento que surge el deseo, no importa si queda en la fantasía, o se hace realidad. Inútil es negarlo, ese deseo, existe.
- Mija, usted le da muchas vueltas a todo, esa carrera de filosofía la hace enredar las cosas. Ya le dije que eso no tiene futuro-
- Abu, me gusta dedicarme a lo que me apasiona, no pienso en el dinero.
- Eso lo decís ahora, porque sos joven, y no te falta nada. Ustedes son tan inconcientes.
- Tanto como para no desperdiciar la vida, estudiando algo que no sentimos. No, abu, nunca podría.
- Tamy, yo te lo digo por tu bien.
- Abu, tantas cosas se dicen y hacen en nombre del bien...
- Cuando yo ya no esté en este mundo, un día vas a recordar mis palabras.
- Ufa, abu, no me vengas con eso, ahora estás viva, y no quiero pensar en cuando estés muerta.
Tamara no entendía cómo la gente estaba tan segura de buenas a primeras si un sentimiento era amor, o no lo era. ¿En qué se basarían para tener esa certeza? ¿O sería que para ella, como decía abu, todo tenía demasiadas vueltas? .Pero estaba segura de sí. Las cosas eran simples y punto. Lo más importante, al fin de cuentas, era la atracción, eso era indudable. Si alguien no te gusta, uno lo puede querer como hermano, amigo, pero el resto, es imposible. Y la gente que no se da cuenta. Qué cruel es que te digan “Te quiero como una amiga”. Es que te están diciendo “¡No me gustás!” Y pensar que tantas parejas permanecen juntas porque dicen ser amigos, o compañeros, o por los hijos, cuando hace rato se les acabó la pasión, pobres, le dan pena. Debe de ser lo más horrible del mundo despertar junto a alguien que no gusta. ¿Cómo soportar su aliento matutino, sus lagañas?
Tamara muy a pesar de su abuela, tenía las cosas bastante claras. Pero también tenía sus miedos. ¿Quién no los tenía?
Tamara disfrutaba ampliamente de todas las bondades de la red. ¿Quién no las disfrutaría? Ese mundo virtual, la tenía totalmente seducida. Pero, no era una adicta como su amiga Sharon, que pasaba todo el día conectada, diciendo “Ok”, como una tonta, y había olvidado por completo el mundo real. Y también su lengua madre. A Tamara le gustaba escribir las palabras completas, con sus tildes. Odiaba el Chat. Sobre todo porque percibía cómo se descuartizaban las palabras, eran burdamente simplificadas, y eso la enfurecía.
Tamara adoraba su blog, era su lugar en el mundo. Ella prefería conocer a las personas por lo que escribían, porque en un primer encuentro cara a cara, ante el miedo a ser rechazadas, caían en el riesgo de ser inauténticas. Pero la escritura, nunca miente. ¿Cuántos foros de discusión, de compartir historias en donde la gente se refugiaba tras un nick, porque no se animaban a contar esas verdades en un mundo real?
Tamara había aprendido a conocer a las personas por su prosa. Y jamás fallaba.
Fue un día que recibió un comentario que la intrigó. Firmaba “Ian”. Decía que los uruguayos eran todos unos mediocres, y que no tenían remedio. A Tamara el nacionalismo herido le afloró por todos los poros. Lo peor, Ian era Un uruguayo radicado en Suecia. ¿Cómo podía renegar de la patria que lo vio nacer? Sería porque se había acostumbrado al frío polar. ¡Bah!, no era problema suyo. ¿Qué le importaba a ella? Según Ian, los uruguayos no tenían hábitos de trabajo, vivían en la chiquita, y su horizonte era bien pobre. Sus palabras estaban cargadas de desprecio.
Fue un día que recibió un comentario que la intrigó. Firmaba “Ian”. Decía que los uruguayos eran todos unos mediocres, y que no tenían remedio. A Tamara el nacionalismo herido le afloró por todos los poros. Lo peor, Ian era Un uruguayo radicado en Suecia. ¿Cómo podía renegar de la patria que lo vio nacer? Sería porque se había acostumbrado al frío polar. ¡Bah!, no era problema suyo. ¿Qué le importaba a ella? Según Ian, los uruguayos no tenían hábitos de trabajo, vivían en la chiquita, y su horizonte era bien pobre. Sus palabras estaban cargadas de desprecio.
Ian hizo unas breves exposiciones en el blog. Sus comentarios eran demasiado soberbios, hasta que un día se despidió: “Es una pena que no salgas de ahí, vas a terminar como los demás”.
Seis meses después encontró un e-mail con Asunto “Necesito hablar”. Era de Ian. Un colega suyo acababa de suicidarse. Ian estaba conmocionado. Decía que no comprendía, que lo tenía todo: éxito en el trabajo, con las mujeres, buen pasar. Y se reprochaba por no haberse dado cuenta que algo estaba muy mal.
“Vos no te imaginás lo fríos que son los suecos”.
Ian era hijo de exiliados. Había sido un golpe muy duro salir un día de Uruguay, para nunca más volver. Dejar sus cosas, su infancia…
Tamara le explicó que hay cosas contra las que nada se puede hacer. Que cada uno carga con su propia su cruz. Que si su colega no pidió ayuda, era imposible haberla brindado.
Ian no volvió a escribir. Pasaron dos meses.
Su siguiente e-mail fue para pedirle una foto. Decía que la imaginaba linda.
Tamara, sin pensarlo mucho, le mandó una en Río de Janeiro.
“Linda e inteligente”, fue su respuesta. “Si una mujer no es linda e inteligente, no me molesto en hablarle” concluía.
¡Qué petulante! ¡Debía de ser feo!. Y por eso se defendía con su espada verborrágica.
Tamara le pidió una foto. “No tengo” fue la respuesta.
Qué verso. Sería feo, seguro.
Tamara quería aunque sea, conocer su voz. Le pidió que la llamara por teléfono.
“Un día de estos”.
Tamara se halló pensando en Ian más de lo que hubiese querido. ¿Cómo sería su rostro? ¿Y su voz? Ya no le importaba. Lo que conocía de Ian, le encantaba. No importaba si era el hombre lobo. Ya estaba totalmente seducida. Y confirmaba otra teoría. “Si un hombre es inteligente, su físico, no interesa. Pero ante un tonto, no hay lo que hacer”.
Tenía tantas ganas de conocerlo.
“Todo sigue igual que cuando te fuiste. La rambla, tu barrio ¿No te gustaría verlo?”
“Ya te lo dije: Yo a Uruguay no voy a volver jamás. Puedo conocerte en Buenos Aires, pero no me pidas que pise Uruguay”.
Tamara estaba triste. No había alternativa. Ir a Suecia buscando a alguien que una no conocía, era una locura. Pero, perderse la posibilidad de verlo; otra.
Además, Tamara tenía miedo. ¿Y si una vez frente a Ian no resultaba ser lo que había imaginado? ¿Y si se había enamorado de un abstracto? ¿Y si no se daba la piel? Tamara no sabía cómo era Ian. Se lo había imaginado de mil formas diferentes, pero lo cierto es que, en concreto, nada sabía. ¿Por qué no había querido enviarle una foto? ¿Tendría miedo que ella huyera despavorida? Pero Tamara sabía de amores que habían comenzado en la Web. Y habían superado la prueba.
- ¿Todavía seguís conectada? ¡Cómo los jóvenes se entretienen con esas cosas! ¡Se te enfría la pasta!
- Abu, ya voy.
Anna Donner © 2007