No es lo mismo plancha en los ochenta que plancha en el tercer milenio que plancha en el hogar.


Nunca fui de “invitar” a un homínido a nada, pero no por eso de que en aquellos tiempos, si el varón no sacaba a bailar, no se “podía”, y entonces, las pobres infortunadas que no habían nacido dotadas de una magistral belleza, se quedaban sentadas toda la noche, y como corolario, eran rotuladas de que “planchaban”; sino porque en aquel tiempo, emitir el más mínimo vocablo me daba vergüenza, creo que padecía (y aún padezco) una fobia social importante, porque ahora, sigo siendo antipática y no me gusta hablar.

Lo cierto es que yo era tan pero tan ingenua (¡abombada!), que me “re.creía” (en aquellas épocas no existían los celulares, ni internet), eso del "Mañana te llamo".

Aquella tragedia, de la cual aún no me he repuesto, aquel horrendo trauma que hizo que mi niño interno se viera herido para nunca más curarse… no, mentira, ya se curó.

Sucedió en una fiesta familiar en la que conocí a alguien que me gustó. Todos los pesados se me venían al humo, todos menos el que yo quería, y como no tenía Sheltox con Vapona; ni sin Vapona, no me perdonaron y entonces nada pude hacer para espantarlos: "Soy simpático lindo inteligente porque no querés bailar conmigo dale baila por favor, ah, tu cara me dice que querés bailar conmigo ah dale que antipática que sos ¡mala!".

Con los tímpanos en estado de perforación absoluta me hallaba, cuando de repente y de la nada se apareció ¡El! Obvio, era el más lindo: rubio, y de ojos celestes, alto, en épocas adolescentes donde todas nos enamorábamos de los rubicundos arcángeles con ojos celestes.

Para mi sorpresa, aquella criatura celestial me invitó a bailar, y yo dije “Sí”. Nuevamente arremetieron todos los pesados: "ah por qué con él sí y conmigo no qué tiene él que no tengo yo", etc.

Yo, embelesada (¡abombada!) me puse a bailar con aquella suerte de Dionisio. Por supuesto, estaban nuestras respectivas familias, padres, hermanos, y yo... estaba tarada retardadamente tarada. La cuestión es que el casamiento se terminó y él… ¡Me pidió el teléfono!

Desde la semi somnolencia que de mi estado emanaba, vi entre mareada e incrédula cómo me apuntaba el suyo en aquel pedazo de papel roto que por supuesto pasó inmediatamente a la categoría de sagrada reliquia, la cual atesoré durante muchísimo tiempo y entonces me sentaba como una tarambana, y miraba aquella letra que ¡EL! había escrito.

Durante al menos la siguiente década al suceso, no mentira, el siguiente año, como máximo, lo tuve pegado en esos diarios pedorros que yo por supuesto escribía: “Mi querido diario:”:, pues pegado, El Papel, Su Papel, Su Trazo, Su Letra, ¡aquellas líneas que habían sido trazadas por El!, yo me obnubilaba contemplando ese papelucho.

Volviendo a esa noche inolvidable durante el resto de mi vida, no, mentira, un poco menos, luego me dijo el consabido "Mañana te llamo".

Aquella fiesta fue un viernes, y al otro día... adivinen. Sábado. Pasé la mañana en un estado entre el letargo y el abombamiento, dormí poco y nada, y ya a eso de las dos de la tarde comencé a esperar. ¡Obvio, su llamada!

Esperé.

Cada vez que sonaba aquel aparato viejo de ANTEL, mi corazón hacía tac-tac-tac-tac--.

Y... nada.

Y pasó la tarde, y pasó el crepúsculo, y llegó la noche, y yo ya me iba resignando lentamente a que él no iría a llamar, y efectivamente: no llamó.

Drama terrible, si los había, pero a la vez con las esperanzas propias de una abombada:
"No habrá podido hoy, pero mañana me llama".

Así cual tonta embelesada (¡abombada!) mis días se transformaron en Un estar pendiente de Ese Puto Aparato, a quien en silencio le pedía, rezando diez mil padres nuestros y veinte mil aves marías, "Por favor; soná". Cabe destacar que el señor teléfono me miraba y creo que yo le daba tanta lástima que trataba de sonar, pero no había caso, cuando sonaba, o era una amiga de mi madre, o era un amiguito de mi hermano entonces pequeñito, o cualquier ser viviente en el planeta menos El. ¡Nunca era El!

Así transcurrieron los días, ya estaba a punto de suicidarme con un hilo de coser; cuando un buen día de esos adivinen.., ¡Me llamó!

Yo si bien casi me flagelo, para olvidar las penas, no lo llamé durante todo ese tiempo. Se excusó (¡me metió el verso!) de que no me había llamado porque había tenido un problema con sus padres, que por supuesto yo, idiotamente creí. Aquella conversación terminó en un “te llamo en unos días y salimos”.

Nuevamente, tiempo prolongado, contador de llamadas = 0, yo esperaba, por supuesto rezando diez mil padres nuestros y veinte mil aves marías y entonces el teléfono me seguía mirando con piedad, y creo que hasta un día casi se pone a llorar de la lástima que yo le daba.

Lo cierto es que el ciclo se reiteró hasta que un día me llamó y me dijo: "Mañana a las X horas paso por tu casa, dame tu dirección".

Y ... ¡salimos!
Habían pasado unos tres meses.

Paseamos por la galería Cristal, y no me acuerdo qué otra pelotudez hicimos, y al fin adivinen cómo terminó la cita, “Te llamo “.

Nuevamente rezos, avemarías, padres nuestros, un teléfono re deprimido por la lástima que yo le daba y su impotencia de sonar por voluntad propia.

Pero, dicen; la esperanza es lo último que se pierde.

Y al fin; llamó.

El ciclo se reiteró unas dos veces más, hasta que un día previa ¡llamada! Me dijo "Mañana paso". ¡Y me dejó plantada! Y hasta el pobre teléfono, que había comenzado a tener sentimientos por mí de compasión profunda, tuvo ganas de ir a buscarlo y darle un palo por la cabeza. Yo, hecha un mar de lágrimas.

Aposteriori, siendo una adulta un poco más viva que entonces, bueno diría bastante más viva, es que analicé la situación y hasta el día de hoy es que no entiendo el comportamiento de tal especímen; si yo no le interesaba, ¡para qué me llamaba! , y si yo le interesaba por qué no hacía algo, una mano, un abrazo.

Nada más, por favor, que en esa época jamás una chica besaba a un chico en la primera salida.

Lo cierto es que al fin llegó el consabido día en que me pidió permiso para darme un beso, y yo… Me hice la difícil y le dije que no.

Anna Donner Rybak © 2011

1 comentario:

  1. Je je. Tengo una amiga española, que por influencia idiomática de amigos argentinos y uruguayos les llama a esos ejemplares "fóbicos del orto". Yo les digo "histéricos".
    Pero hay algo que me inquieta:
    Vos tampoco lo llamabas.¿por qué? Si tenías el papelito...
    Y digamos que ya eran tiempos de "revolución sexual" Y hoy día, el plazo máximo para esperar una llamada prometida o un sms es de 24 horas.
    Después, fuiste.

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