I.
La tarde se está haciendo larga para Fucile. Afuera estaba divino, luego de un día muy tormentoso, y él perdiendo el tiempo ahí, frente a su escritorio. Todos eran unos desconsiderados. Con la capacidad que tenía Fucile, y no le daban el cargo que merecía… Hacía años que le era vetada una y otra vez la encargatura a la que aspiraba.
La tarde se está haciendo larga para Fucile. Afuera estaba divino, luego de un día muy tormentoso, y él perdiendo el tiempo ahí, frente a su escritorio. Todos eran unos desconsiderados. Con la capacidad que tenía Fucile, y no le daban el cargo que merecía… Hacía años que le era vetada una y otra vez la encargatura a la que aspiraba.
Fucile no comprendía cómo alguien tan eficiente, tan locuaz, tan inteligente, tan bello para las mujeres… no gozaba de los privilegios que merecía.
Bueno, al menos, eso era lo que él creía.
Por supuesto, y como no podría ser de otra manera, todos los días Fucile se lamentaba de su magra suerte, y comenzaba su oratoria con quien sea que estuviese de turno:
-Vos te das cuenta, acá en esta oficina yo soy el que mejor labura, viste que Bertoni es un tronco, aparte de ser aburrido y tener poco carisma, pero ¡él tiene más categoría que yo! ¡Te das cuenta! ¡Claro, lo que pasa es que se acomodó con La Gorda!
Eso sí, cuando Julia, una escultural rubia con minifalda ajustada pasaba por el corredor, Fucile interrumpía su oratoria:
- Hoolaaa preciosa-le gritaba a Julita, cada vez que la veía, después de haber girado la cabeza con cara de nabo:
-Hola Jacinto. ¿Andás bien?
-Sí corazón.
-¿Te ayudo con esos papeles?
-No, gracias Jacinto. Nos vemos.
-¡Viste!- proseguía entonces Fucile con su intrascendente oratoria.
–Le dio vergüenza aceptar mi compañía, ¡está muerta conmigo!
-Sí, Jacinto- respondía el infortunado escucha, con tal de que dejara de hablar, misión inútil, por cierto.
-La verdad es que si algo es obvio, es que a todas se ponen nerviosas cuando les hablo, creo que soy demasiado para ellas.
-Sí, Jacinto.
Fucile sacaba pecho, se contemplaba en el reflejo de la ventana, se acomodaba el pelo.
El pelo.
¿El pelo?
Los tres pelos locos que le quedaban, los cuales todas las mañanas se tomaba el trabajo de distribuir, en líneas paralelas y con mucho gel de por medio, por su cabeza calva. Por otra parte, pasaba horas frente al espejo eligiendo entre sus múltiples remeras: O la verde flúo con el número 10, o la roja con cuello verde, y luego se ponía sus jeans gastados… un cinturón de cuero.
Claro está, que Jacinto Fucile estaba un poco pasadito de peso, así que tanto la remera verde flúo con el número 10, como la roja con cuello verde, revelaban, puesto que elegía talles chicos, su incipiente buzarda.
II.
Fucile volvió a su escritorio. Jugó dos partidas más de tetris, y dos de solitario, y se conectó al msn. Como siempre, puso los parámetros: “Mujeres” “25 en adelante” e hizo click en “Buscar”.
Apareció una larga lista, y de repente, como por arte de magia, un rostro perfecto, un cabello miel, unos labios carnosos. La mujer aparecía registrada como Luci666. Fucile no podía perder el tiempo. Una cosita como esa no aparecía todos los días. Así que le mandó una solicitud de contacto. A los 15 minutos, Luci666 lo aceptó.
“Fá, era obvio, cómo gano, la p.”
No perdió un solo instante y abrió la conversación.
Jaci dice: “¡Hola Luci!
Luci dice: “Hola”.
Jaci dice: “¿Qué hacés?
Luci dice: “Acá, y vos”.
Jaci dice: “Trabajando, pero estoy de recreo”.
Luci dice: “¿Dónde trabajás?
Jaci dice: “En el Ministerio de Relaciones Interiores. Soy el que lleva la sección, aunque viste como es todo, al que trabaja no le reconocen nada. Estuve ingresando datos en el sistema todo el día, hasta que me dije que merecía un descanso”.
Luci dice: “Claro, dulce, pasa eso, a veces se abusan de tus buenas intenciones”.
Jaci dice: “Claro, yo acá hago todo, estoy a mil, no paro un segundo”.
Luci dice: “¿Y no has reclamado?
Jaci dice: “Mirá Luci, ¿qué te parece si seguimos charlando personalmente? Perdoname, pero yo soy un tipo que tengo mis objetivos bien claros, y cuando algo me interesa, no me gusta perder tiempo, y por supuesto me interesás Luci”.
Pasaron unos breves instantes que a Fucile le parecieron horas eternas, hasta que Luci respondió:
Luci dice: “Bueno”.
Jaci dice: “¡Genial!”
III.
La cita quedó concertada para la hora 20 en 18 y Yí. Fucile apenas terminó de chatear, le dijo a Bertoni:
-Bertoni, hoy me voy a retirar más temprano, tengo cosas que hacer.
-Vaya tranquilo Fucile.
Fucile había pasado toda la tarde decidiendo su atuendo nocturno, desde la ropa interior, hasta la remera adecuada, para esta ocasión usaría la especial. La especial era una especie de musculosa abotonada adelante y escocesa.
“¡Fa! Me apreta. Pero papá se aguanta”.
En cuanto a su ropa interior, había elegido su calzoncillo preferido, uno apretando a rayas violeta y rojo.
“¡Fa! ¡Con esto la mato”.
Por supuesto, luego, Fucile pasó largo rato acomodando su “cabello”. Se puso más gel que de costumbre.
Se bañó en su colonia preferida.
Cuando estuvo listo, eran las 19 y 30. ¡Qué tarde se le había hecho!
IV.
Fucile había arribado un minuto antes de las 20 a la hora convenida. Se contemplaba en las mamparas exteriores del bar “Facal”.
Pasaron 5 minutos.
Pasaron 10 minutos.
Pasaron 15 minutos.
Pasaron 20 minutos.
Pasaron 25 minutos.
Pasó media hora, y Fucile estaba empezando a creer que lo iban a dejar plantado.
Pues no. Para su sorpresa, tal acontecimiento no sucedió.
Media hora más tarde, alguien le susurró al oído:
-Hola Jaci…
Fucile giró la cabeza.
¡La p.! ¡Era la misma mujer de la foto! ¡Fucile no cabía en sí de gozo!
-¡Luci! ¿Cómo estás?
-Muy bien, ¿y vos?
Fucile estaba como loco. Luci era una belleza. Tenía el rostro de la foto, y un cuerpo perfecto.
“Era obvio, no sé porqué tenía miedo” –pensaba Fucile- “Si yo las tengo muertas a todas”.
-¿Qué querés hacer, preciosa?
-Tengo un poquitito de hambre, Jaci.
-¿Entramos acá? (Fucile se refería a Facal).
- A mi me gustaría más ir al Mercado del Puerto, Jaci.
-Tus deseos son órdenes, princesa, ¡allá vamos!
V.
Se sentaron en una mesa afuera. Les trajeron la carta.
-¿Jaci?
-¿Qué, bebé?
-¿Puedo pedir entrada? Es que me encanta la “Ensalada del Mar”.
-Tus deseos son órdenes.
La cena trascendió en medio de una charla afable, Luci reía, Fucile estaba obnubilado, la cuestión es que Luci había pedido vino, un plato de pastas, y también postre. Cuando el mozo le trajo la adición, Fucile casi se cae de …
“No importa. Papá va salir de esto” pensó, y pagó con Oca.
Esa hembra lo valía todo, además ahora venía lo mejor… y si había pagado esa cena para tener a Luci, ¿qué importaba?
-Luci… ¿vamos a un lugar más tranquilo?
-¡Obvio, ricura!
“¡Fá! ¡Me dijo que sí! ¡No lo puedo creer! “
-¿Jaci? ¿Podemos ir al Plaza Fuerte?
-No lo conozco- repuso con sinceridad Fucile.
-Es acá cerquita, en la calle Bartolomé Mitre.
-¡Claro, ricura!
Cuando llegaron a la puerta, Fucile quedó atónito. El “Plaza Fuerte” era un hotel de cuatro estrellas. Las tarifas de las habitaciones eran en dólares.
“¡No importa!” Se repetía Fucile “¡Voy a pasar la noche más alucinante de mi vida, y todo vale la pena!”
Entraron en la habitación. Luci dijo:
-¿ Me esperás Jaci? Me voy a dar un baño de espumas…. Ya vas a ver…
Fucile se hacía la película. ¡Todo eso no podía ser para él!
VI.
Pasaron 15 minutos.
Pasaron 30 minutos.
Pasó 1 hora.
Pasaron 2 horas.
Pasaron 3 horas.
Y Luci salió del toillete.
Un aroma floral la envolvía por completo. SE había puesto la bata blanca del hotel.
Fucile estaba como loco.
Lentamente, Luci levantó las sábanas de seda.
-Vení, Jaci- dijo mimosa.
Fucile le quería meter mano por todos lados, estaba eufórico.
-¿Jaci? ¿Te puedo pedir una cosa?
-Claro bebé.
-Jaci, mañana me vence la VISA y no llego. Estoy muy preocupada¿Vos me podrías prestar? ¡Mañana te lo devuelvo!
-Claro bebé. ¿Cuánto necesitás?
Luci le dijo la cifra, Fucile pensó unos minutos. Bien, le daría el efectivo, y luego, financiaría la estadía en el hotel. Luci merecía eso y mucho más.
-¿Me lo das ahora? Así lo guardo y nos dedicamos a lo nuestro, Jaci.
Fucile se levantó, tomó todo el efectivo de su billetera y se lo entregó a Luci. Ella lo guardó en su cartera.
A continuación, volvió a la cama.
Había pasado un minuto, cuando el celular de Luci sonó.
-Esperá que atiendo, Jaci, y ya estoy contigo.
Fucile ya no daba más. Se había hecho no una, sino mil películas acerca de todo lo que iría a hacerle a Luci. Pensaba en eso y se regocijaba.
-¡Jaci! ¡No sabés lo que pasó!- Luci estaba muy seria.
-¿Qué pasó, bebé?
-¡Internaron a mi padre! ¡No se sabe si es un infarto! ¡Me tengo que ir! ¡Perdoname! ¡Mañana te llamo!
Anna Donner © 2010