Yo soy la Otra.


I.

-Claudia, ¿nos podés traer café?- inquirió el Ingeniero Márquez a su secretaria –No me transfieras ningún llamado, pasá, Ibarburen.

Claudia vestía falda azul y camisa blanca, hacía cinco años que trabajaba para la Compañía de Software. Presurosa, se dirigió al despacho del Ingeniero con el pedido solicitado.

-Gracias-dijo el Ingeniero, y cuando Claudia hubo cerrado la puerta, Ibarburen había girado su cabeza unos 180 grados.

-¡Tiene buen culo mi secretaria!- repuso Márquez.

Los ojos de Ibarburen habían quedado fuera de sus órbitas. Márquez quería distraerlo, pero no tendría suerte.

-Marquez, vos sabés que me prometiste los sistemas para setiembre, y ya estamos en enero. ¡Ya no sé qué decirle a los dueños! ¡Confié en Ustedes!

-Mi querido Ibarburen, vos sabés que los atrasos se deben a que tu personal no entrega la información que necesitamos, ¡hace meses que la venimos pidiendo!

-¡Pero no se trata sólo de eso! ¿O los programas ya están prontos?

-¡Por supuesto que lo están! Ya sabés de la calidad de nuestros servicios de consultoría. Les hemos proporcionado expertos de primer nivel, pero sin información; ¿cómo quieren ver los resultados?

II.

-¿Necesita algo más? – le preguntó Claudia a Márquez.

-No, gracias – dijo él.

-Entonces, hasta mañana.

-¡Esperá! ¡Ya me estoy yendo! ¿Te puedo alcanzar a algún lugar? Hoy no tuvimos respiro con el tema de la licitación de Ibarburen, y tu ayuda fue de gran importancia. Son las nueve de la noche, ya hace dos horas que tenías que haberte ido.

Claudia se puso un tanto nerviosa, pero aceptó la oferta de su jefe. El, parecía otra persona que durante el día, le hablaba suave y en tono amable.

-Bueno, si no te desviás mucho.

-No hay problema.

Ambos recogieron sus abrigos, y bajaron por el ascensor. A Claudia ese viaje le pareció una eternidad, la oficina era en el piso 18 y la máquina se desplazaba muy lentamente. El área disponible para ambos no era precisamente grande, así que quedaron enfrentados, casi el uno contra el otro. Claudia estaba tiesa.

Se bajaron en el garaje. Márquez primero le abrió la puerta a Claudia como todo un caballero, luego, dio la vuelta, subió a su asiento, tomó el volante, y puso el vehículo en marcha.

III.

Márquez estacionó en la puerta del edificio de Claudia. De repente, ella lo vio muy pálido.

-¿Estás bien?

-Se me parte la cabeza.

-¡No tenés ningún analgésico?

-Hoy iba a ir a comprar, y ya viste, tuvimos un día de locos.

-Yo tengo en casa, si querés, te alcanzo.

-No, no te voy a hacer bajar, mejor yo subo, claro si no te molesta.

-No, claro que no.

Subieron por segunda vez a un ascensor, pero esta vez, Claudia estaba más relajada.

Abrió la puerta de su departamento y ambos entraron.

-Disculpá el desorden; ya te traigo la Dorixina.

Claudia entró en el baño, donde guardaba un botiquín y extrajo un comprimido. A continuación, fue a la cocina y le sirvió a Márquez un vaso de agua.

Cuando entró en el living, Márquez había tomado asiento en el sofá.

-Me tomé el atrevimiento de sentarme, tengo una puntada muy fuerte.

-Tomate esto, que ya va pasar.

Márquez tragó la Dorixina.

Luego, dijo:

-El estrés me está matando.

-Tendrías que trabajar menos horas- dijo ella.

-Tendría… pero para eso debería volver temprano a casa.

-No entiendo.

-Con mi mujer las cosas no están bien, perdóname que te esté agobiando con mis problemas.

-No me agobiás para nada.

-En realidad, hace tiempo que se apagó la pasión entre nosotros. Pero viste como es, los chicos aún están en la escuela… Te juro que hay días que no soporto ni que me hable. Ya no me siento atraído por ella. No me despierta deseo sexual. Llego a casa, y lo único que me esperan son problemas.

-¿Y no hablaron de sus diferencias?

-Al principio, sí, pero ahora, el tema ya no se toca, prefiero decirle a todo que sí, antes que entrar a polemizar con ella. Me exaspera.

Claudia lo escuchaba, en silencio.

-Perdoname, ya me voy. Con el día que tuvimos, y yo te estoy dando la lata.

-No, no te preocupes.

-Sos muy generosa y comprensiva.

-Gracias.

-Además, me gustás mucho.

A Claudia, Márquez siempre le había parecido atractivo. Ahora, estaba en trance, puesto que él se había desnudado ante ella, le había contado sus intimidades. Eso la conmovió profundamente, y deseó que la abrazara, para poder contenerlo, para que descansara de su rutina hogareña…

Cuando Claudia quiso acordar, Márquez le estaba dando un apasionado beso.

IV.

-Claudia, ¿salís esta noche con nosotras? – le dijo su amiga Fernanda, un sábado de primavera.

-No, yo estoy en pareja y muy enamorada.

-Pero Clau, es sábado.

-¿Y eso qué importa? ¿Si los sábados él no puede?

-Es momentáneo. No podría estar con nadie que no sea él.

-¿No te importa compartirlo con otra?

-No hay nada entre ellos, se van a separar. Es cuestión de tiempo.

-Para no haber “nada”, dos horas una vez por semana no es demasiado tiempo.

-Ya te dije, Fer, es momentáneo, ellos se están separando, y es por nuestro bien.

-¿Pero él te dio alguna prueba de que se van a separar?

-Me lo dice todos los días. Ya no la soporta. No tienen sexo, ni le gusta.

-¿La viste alguna vez?

-No.

V.

Todo había empezado esa noche de verano. Ella se había entregado en cuerpo y alma a Márquez, y se había enamorado hasta la médula, pronto celebrarían su aniversario.

Se veían una o dos veces por semana. Los martes y los jueves. Ella le preparaba la cena, hacían el amor, y como máximo permanecía dos horas con ella.

-Teneme paciencia- le decía él- estoy tratando de solucionar todo lo más pronto posible para tener todos los días para vos. Si llego tarde a casa, se nos va complicar todo.

En la oficina, Márquez se mostraba frío como siempre.

-Esto lo hago por nosotros- le decía- si alguien se entera, se van a entrometer entre nosotros.

Claudia tenía una fe ciega en él.

Desde que todo había comenzado, vivía por Márquez y para Márquez.

A veces, él cancelaba sus escasos encuentros a último momento.

Claudia tenía la mesa preparada con velas, y había cocinado toda la tarde, y él se tardaba.

Ella lo llamaba, y él le decía:

-Disculpame, mi amor, surgió una reunión a último momento y no voy a llegar. Pero te voy a compensar, ¡te lo prometo!

Claudia ni se cuestionaba la veracidad del testimonio. Su vida se había reducido a Márquez.

VI.

Se acercaba fin de año. Con él, diciembre y las despedidas.

A pesar de las negativas de Claudia, Fernanda insistía en que se despejara un poco, una salida no le iba a hacer mal a nadie, le decía para tratar de convencerla, pero hasta el momento, había sido una misión inútil.

Claudia en lo único que pensaba era en Márquez, y que pronto estarían juntos. Seguramente, vivirían en una bella casa, y al fin, (estaba segura), él terminaría proponiéndole casamiento. Lo único que desconocía, era si él se habría casado por Iglesia, porque la máxima ilusión de Claudia, era precisamente esa, casarse con Márquez vestida de blanco.

Incluso, desde hacía unos meses, había comenzado a comprar un ajuar hogareño, el cual guardaba en una gran caja de color rosa, la cual contemplaba todos los días con mucha ilusión.

Claudia organizaba su presupuesto, y con lo que sobraba, adquiría algún componente nuevo para su vida de esposa.

Se hallaba pensando en un cristalero muy bonito, como el próximo ítem a adquirir, cuando sonó el teléfono.

Fernanda la invitaba por enésima vez a una despedida.

-Clau, la noche está divina, dale, ¡hacelo por nosotras!

-Está bien.

VII.

El boliche estaba a full. Claudia, Fernanda y sus amigas, estaban sentadas en una mesa, charlando y riendo. Todas, excepto Claudia. Se sentía mal consigo, lo estaba traicionando, se culpaba.

-¡Clau! ¡Cambiá esa cara!

-No tendría que haber venido. Si él se entera, se va poner mal.

-¡No te preocupes!

-No quisiera lastimarlo bajo ningún concepto…

-¡Dejate de pavadas!

De repente, Claudia le dijo a Fernanda:

-¡Tapame!

-¿Qué pasa, Clau?

-¡El está en la barra! ¡Me muero si me ve!

-Pará, tranquilízate.

-No, tengo una idea mejor, me voy a acercar, y le voy a pedir perdón.

-¡Pero Clau! ¡No tenés que pedir perdón por nada!

Era tarde. Claudia ya se había levantado, y se dirigió presurosa hasta la barra. Demoró cinco minutos en atravesar ese mundo de gente. Finalmente, accedió a Márquez, y cuando se disponía a decirle -¡Mi amor! - quedó lívida.

Márquez estaba de la mano con una mujer rubia, alta, y de ojos azules. Bellísima mujer. Márquez la estaba besando, cuando vio a Claudia.

Tranquilamente, y sin inmutarse siquiera, se dio vuelta y le dijo:

-¿Cómo está, Claudia?

A continuación, hizo las presentaciones del caso:

-Mariana, mi mujer, Claudia, mi secretaria.

-¡Encantada!- dijo Mariana. A continuación, le dijo a su marido, haciéndole una guiñada:

- ¿Vamos a casa, mi amor? Ya es tarde.

Anna Donner © 2010

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