Mi querida amiga:
I.
Ha pasado una semana, y allí te encuentras tú. Te preguntas cómo lo que debería resultar bastante sencillo (conseguir el compañero de aventuras estivales), siendo tú una chica mona e inteligente, se te está complicando tanto. Ya estás resignada (a medias) a pasar el estío a solas contigo hasta que llegue la época de las vacas gordas, cuando el Destino te sorprende una vez más.
Esta vez, no llevas puesto tu vestido verde manzana, puesto que no es sábado, sino un día semanal cualesquiera. Llevas tu cabello sin brushing, con tus bonitos rulos y un look casual y despojado, jeans, y chatitas. Claro está, vas cargada con cuatro paquetes en cada mano, estás saliendo de hacer las compras. Tú caminas presurosa, deseando llegar a tu destino lo más rápido posible, porque se te están acalambrando los dedos, cuando de atrás alguien corea:
-“Quien fuera baldosa, para ver tu…..”.
Prosigues la marcha acelerando el paso, creyendo que así lo dejarás atrás, y él se resignará a regalar sus magistrales piropos a otra desventurada mujer.
Pero pasan una décima de nanosegundos y otra vez Esa Voz:
-“Quien fuera baldosa, para ver tu…..”.
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”- te preguntas). Pero, no vas a soportar las restantes siete cuadras con semejante recitador tras tu espalda, así que decides girar tu cabeza, esperando divisar un panorama desolador.
Pero, oh, sorpresa. ¡Que no está tan mal el fulano! Aunque su chomba es un poco bambollera, de colores verde, amarillo y azul, rayada en sentido horizontal, pero te dices que a esta altura la elegancia y el buen vestir no van a ser los factores determinantes, a la hora de la evaluación.
-“¿Me permitís llevar tus bolsas?”- te dice, sorprendiéndote gratamente el individuo en cuestión, puesto que… ¡es un caballero! Tan sólo tal hecho, te subyuga por completo. No amiga, no esperabas encontrar un caballero andante a plena luz del día.
Tú, asientes. Caminan en silencio, y cuando llegan a la puerta de tu edificio, tú le manifiestas tu agradecimiento.
-“No podría haber hecho menos”- responde el caballero. A continuación, como si tuviera la armadura puesta para salir al campo de batalla se lanza de modo intempestivo:
-“Mirá flaca, me gustás. ¿Puedo invitarte para el sábado?”- tú quedas atónita, pero… como ya veníamos viendo, perdido por perdido, asientes.
-“Fá, flaca, no me presenté. ¡Soy Andrés, el que viene todos los días del mes!”.
(“¡No! ¡Otro genio devenido en imbécil! ¡Qué hice yo para merecer esto!”) te dices.
Ante tu cara de pavor, el caballero se jacta:
- “¡Yo soy muy popular por mis chistes, ya vas a ver! Mirá, las reuniones sin mis chisten no existen, lo digo de verdad, flaca, no digas nada, ¿tengo “feeling”? ¿Te quedaste sin habla? ¿ Viste qué genial ….”- dice utilizando el tono más abombado de la faz del planeta- “¡A todos les digo que soy Andrés el que viene todos los días del mes y me aplauden! ¡Ah… tu cara me dice que te encantó la frase!”
II.
Ha llegado el sábado, y (como ya dijimos anteriormente), perdido por perdido, vas a salir con Andrés. Igual, luego de la tragedia vivida la semana anterior junto al Pequeño Burgués Ilustrado, te dices que ya no podrá sucederte nada peor. Así que te entusiasmas un poco, y te mentalizas que la pasarás bien.
Ya por cábala, te vuelves a poner el vestido verde manzana, y el portaligas, repitiéndote a cada instante: “¡La tercera es la vencida!”
Estás retocando tu maquillaje cuando crees oír el sonido de una trompeta. No le das importancia al hecho, pero a los dos minutos, oyes nuevamente.
¿Será que a tu vecino se le ha dado por estudiar trompeta? Bueno, mientras ensaye temprano, todo ok.
Así, prosigues lo que estabas haciendo, cuando los acordes de la trompeta, suenan, estridentes, y parece que vienen de la calle. El ruido es atronador. No puedes con tu curiosidad, y te asomas a la ventana.
Por momentos, crees que estás presa de una alucinación.
¡No! ¡No puede ser cierto! Pero, (por desgracia), lo es.
(“¡Qué hice yo para merecer esto!”), te reiteras, por enésima vez.
Pues ahí abajo, en la vereda, en primer plano, vestido con una camisa de seda anaranjada fluorescente, y una corbata satinada azul Francia, un pantalón Oxford, y un chaleco negro, pues sí, tu galán, Andrés, que te está dando una serenata con un grupo de Mariachis. Lo peor, es que grita tu nombre, por lo que todos tus vecinos, sin faltar uno, aguardan expectantes en sus terrazas.
Pues, ahí está él, y no tienes más remedio que bajar.
III.
“¡Soy Andrés, el que viene todos los días del mes!”- corean los Mariachis.
Te acercas y Andrés da la señal a sus muchachos que interrumpan la serenata.
“-¡Que talco, flaca! ¡Já, te pesqué! ¡No te esperabas esta sorpresa!-“
(“La verdad que no, imbécil”)
-“¿No te dijo papito que era el centro de todas las fiestas?”.
Todo tu mundo empieza a dar vueltas, y de repente no recuerdas más nada. Te has desmayado.
Cuando abres los ojos, ahí está él, Andrés. Te contempla con una sonrisa de felicidad, y te susurra:
-“¡Flaca, te impresioné tanto que te desmayaste! ¡Cómo te llegué, qué la parió!”
Y tú, que no tienes fuerzas ni para decir ¡No!...
Te incorporas. Por suerte, los Mariachis ya se han ido. Tus vecinos siguen curiosos, contemplando el espectáculo. Entonces Andrés, te dice:
“-¿Nos vamos?”.
(“Y bueno, perdido por perdido”) te resignas una vez más.
Pero, evidentemente, la noche está llena de sorpresas. Andrés te pide que camines media cuadra, aduciendo que no había encontrado lugar para estacionar su coche en la cuadra de tu edificio.
(“Por lo menos tiene auto”)- te dices pensando en el bochornoso espectáculo de subir con él a un taxi u ómnibus con esa vestimenta.
Pero tu alegría iba a durar poco. Cuando dan vuelta la esquina, se destaca una mancha rosa fluorescente con las ruedas amarillas. Le rezas a Dios y todas las virgencitas que no se trate de ese automóvil, pero tus ruegos son vanos.
-“¡Te presento a “Spider”! ¡Te quedaste muda flaca! ¿Viste qué reliquia tiene el pibe? ¡A todas les encanta! “- dice Andrés, abriéndote la puerta, cierto, te había impresionado porque se trataba de un caballero, recuerdas repentinamente.
Andrés enciende el motor de su adorado coche, y arranca. Por supuesto, todos tus vecinos se enteran porque tiene el escape abierto, y además, hizo sonar los neumáticos.
Ya ni te da la cabeza para intentar adivinar hacia donde se dirigirá, pero ya estás preparada para todo.
(¡Hm! ¡Eso creías!)
Que no sea lo que estás pensando, le ruegas al Señor.
¡Demasiado tarde!
“Spider” toma la calle Goes y haciendo un ruido infernal, nomás, es lo que estás pensando. ¡Y tú que querías pasar desapercibida!
-“¡Viste flaca que papá es una caja de sorpresas!”- te dice Andrés. A continuación, detiene su “nave” ante el cuidador, quien inquiere:
-“¿Normal o Especial?” (“¿A qué se referirá?”), te dices, aunque tu capacidad de asombro está colmada, bah, eso crees.
-“¡Papá, mirá esta pintita!“ – le dice Andrés, y tú que no sabes ya dónde esconderte.
-“Puedo ofrecerle la Suite Oriental”- dice el cuidador.
-“¡Sea la Suite Oriental!”- acto seguido, el cuidador lo guía.
Y tú, que ya no tienes fuerzas ni para decir una sílaba. Así que procedes a bajarte de “Spider”.
La habitación, está decorada como el palacio de un califa, el piso, de cerámica en damero, y el detalle lo conforman dos pequeñas portátiles con forma de “La lámpara de Aladino”.
El cubre camas es de seda violeta.
-“Flaca, ¿querés tomar algo?”- (Claro, se trata de un caballero).
Tú ya sabes: perdido por perdido…
-“Sí, un destornillador”.
Con todo, cuando llegan las bebidas, tu cuerpo afloja, y de repente, piensas que quizá la noche no termine tan mal. Quizá todo el sufrimiento previo no haya sido en vano.
Ni bien terminas de tener estos pensamientos, se abre la puerta del baño, y allí está él, sí. No es una visión. ¡Es Andrés, con una minúscula tanga de seda verde!
Decides olvidar su vestimenta, al menos por un rato.
-“¿Y flaca? ¿Te gusta papito?”
Sin esperar respuesta, Andrés se te tira encima de modo bestial, y comienza a gemir… a gemir…. A gemir… Luego grita, grita más fuerte, cada vez más fuerte, por momentos crees que todo el telo los está escuchando. Hasta que pronuncia la frase reveladora:
“¡Soy el rey del sexo, me voy, me voy, me fui!”- a continuación unos jadeos interminables, que se escuchan desde la rambla.
A la cuenta de tres, todo había terminado. No te dio el tiempo para decir ni una sílaba.
-“Dale flaca, ¡vestite rápido que esto es por hora y faltan tres minutos!
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”- te preguntas)
-“¡Qué la parió, soy el macho de América! ¿Viste flaca lo que papá te regaló? ¿Te gustó la sorpresa?”-
-“¡Dale flaca!”- grita Andrés, un cierto dejo de violencia.
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”- te preguntas nuevamente)
-“¿Sabés qué, flaca de mierda? ¡Yo me pelo! ¡Tomate tu tiempo para vestirte, pero garpas vos!”
Y anonadada, ves que el tipo se sube a “Spider” y arranca a toda velocidad.
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”)- te preguntas nuevamente, ya pensando en el suicidio, ante que salir del telo a pie y sola.
Ha pasado la tercera vez, y no ha sido la vencida.
Anna Donner © 2009
I.
Ha pasado una semana, y allí te encuentras tú. Te preguntas cómo lo que debería resultar bastante sencillo (conseguir el compañero de aventuras estivales), siendo tú una chica mona e inteligente, se te está complicando tanto. Ya estás resignada (a medias) a pasar el estío a solas contigo hasta que llegue la época de las vacas gordas, cuando el Destino te sorprende una vez más.
Esta vez, no llevas puesto tu vestido verde manzana, puesto que no es sábado, sino un día semanal cualesquiera. Llevas tu cabello sin brushing, con tus bonitos rulos y un look casual y despojado, jeans, y chatitas. Claro está, vas cargada con cuatro paquetes en cada mano, estás saliendo de hacer las compras. Tú caminas presurosa, deseando llegar a tu destino lo más rápido posible, porque se te están acalambrando los dedos, cuando de atrás alguien corea:
-“Quien fuera baldosa, para ver tu…..”.
Prosigues la marcha acelerando el paso, creyendo que así lo dejarás atrás, y él se resignará a regalar sus magistrales piropos a otra desventurada mujer.
Pero pasan una décima de nanosegundos y otra vez Esa Voz:
-“Quien fuera baldosa, para ver tu…..”.
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”- te preguntas). Pero, no vas a soportar las restantes siete cuadras con semejante recitador tras tu espalda, así que decides girar tu cabeza, esperando divisar un panorama desolador.
Pero, oh, sorpresa. ¡Que no está tan mal el fulano! Aunque su chomba es un poco bambollera, de colores verde, amarillo y azul, rayada en sentido horizontal, pero te dices que a esta altura la elegancia y el buen vestir no van a ser los factores determinantes, a la hora de la evaluación.
-“¿Me permitís llevar tus bolsas?”- te dice, sorprendiéndote gratamente el individuo en cuestión, puesto que… ¡es un caballero! Tan sólo tal hecho, te subyuga por completo. No amiga, no esperabas encontrar un caballero andante a plena luz del día.
Tú, asientes. Caminan en silencio, y cuando llegan a la puerta de tu edificio, tú le manifiestas tu agradecimiento.
-“No podría haber hecho menos”- responde el caballero. A continuación, como si tuviera la armadura puesta para salir al campo de batalla se lanza de modo intempestivo:
-“Mirá flaca, me gustás. ¿Puedo invitarte para el sábado?”- tú quedas atónita, pero… como ya veníamos viendo, perdido por perdido, asientes.
-“Fá, flaca, no me presenté. ¡Soy Andrés, el que viene todos los días del mes!”.
(“¡No! ¡Otro genio devenido en imbécil! ¡Qué hice yo para merecer esto!”) te dices.
Ante tu cara de pavor, el caballero se jacta:
- “¡Yo soy muy popular por mis chistes, ya vas a ver! Mirá, las reuniones sin mis chisten no existen, lo digo de verdad, flaca, no digas nada, ¿tengo “feeling”? ¿Te quedaste sin habla? ¿ Viste qué genial ….”- dice utilizando el tono más abombado de la faz del planeta- “¡A todos les digo que soy Andrés el que viene todos los días del mes y me aplauden! ¡Ah… tu cara me dice que te encantó la frase!”
II.
Ha llegado el sábado, y (como ya dijimos anteriormente), perdido por perdido, vas a salir con Andrés. Igual, luego de la tragedia vivida la semana anterior junto al Pequeño Burgués Ilustrado, te dices que ya no podrá sucederte nada peor. Así que te entusiasmas un poco, y te mentalizas que la pasarás bien.
Ya por cábala, te vuelves a poner el vestido verde manzana, y el portaligas, repitiéndote a cada instante: “¡La tercera es la vencida!”
Estás retocando tu maquillaje cuando crees oír el sonido de una trompeta. No le das importancia al hecho, pero a los dos minutos, oyes nuevamente.
¿Será que a tu vecino se le ha dado por estudiar trompeta? Bueno, mientras ensaye temprano, todo ok.
Así, prosigues lo que estabas haciendo, cuando los acordes de la trompeta, suenan, estridentes, y parece que vienen de la calle. El ruido es atronador. No puedes con tu curiosidad, y te asomas a la ventana.
Por momentos, crees que estás presa de una alucinación.
¡No! ¡No puede ser cierto! Pero, (por desgracia), lo es.
(“¡Qué hice yo para merecer esto!”), te reiteras, por enésima vez.
Pues ahí abajo, en la vereda, en primer plano, vestido con una camisa de seda anaranjada fluorescente, y una corbata satinada azul Francia, un pantalón Oxford, y un chaleco negro, pues sí, tu galán, Andrés, que te está dando una serenata con un grupo de Mariachis. Lo peor, es que grita tu nombre, por lo que todos tus vecinos, sin faltar uno, aguardan expectantes en sus terrazas.
Pues, ahí está él, y no tienes más remedio que bajar.
III.
“¡Soy Andrés, el que viene todos los días del mes!”- corean los Mariachis.
Te acercas y Andrés da la señal a sus muchachos que interrumpan la serenata.
“-¡Que talco, flaca! ¡Já, te pesqué! ¡No te esperabas esta sorpresa!-“
(“La verdad que no, imbécil”)
-“¿No te dijo papito que era el centro de todas las fiestas?”.
Todo tu mundo empieza a dar vueltas, y de repente no recuerdas más nada. Te has desmayado.
Cuando abres los ojos, ahí está él, Andrés. Te contempla con una sonrisa de felicidad, y te susurra:
-“¡Flaca, te impresioné tanto que te desmayaste! ¡Cómo te llegué, qué la parió!”
Y tú, que no tienes fuerzas ni para decir ¡No!...
Te incorporas. Por suerte, los Mariachis ya se han ido. Tus vecinos siguen curiosos, contemplando el espectáculo. Entonces Andrés, te dice:
“-¿Nos vamos?”.
(“Y bueno, perdido por perdido”) te resignas una vez más.
Pero, evidentemente, la noche está llena de sorpresas. Andrés te pide que camines media cuadra, aduciendo que no había encontrado lugar para estacionar su coche en la cuadra de tu edificio.
(“Por lo menos tiene auto”)- te dices pensando en el bochornoso espectáculo de subir con él a un taxi u ómnibus con esa vestimenta.
Pero tu alegría iba a durar poco. Cuando dan vuelta la esquina, se destaca una mancha rosa fluorescente con las ruedas amarillas. Le rezas a Dios y todas las virgencitas que no se trate de ese automóvil, pero tus ruegos son vanos.
-“¡Te presento a “Spider”! ¡Te quedaste muda flaca! ¿Viste qué reliquia tiene el pibe? ¡A todas les encanta! “- dice Andrés, abriéndote la puerta, cierto, te había impresionado porque se trataba de un caballero, recuerdas repentinamente.
Andrés enciende el motor de su adorado coche, y arranca. Por supuesto, todos tus vecinos se enteran porque tiene el escape abierto, y además, hizo sonar los neumáticos.
Ya ni te da la cabeza para intentar adivinar hacia donde se dirigirá, pero ya estás preparada para todo.
(¡Hm! ¡Eso creías!)
Que no sea lo que estás pensando, le ruegas al Señor.
¡Demasiado tarde!
“Spider” toma la calle Goes y haciendo un ruido infernal, nomás, es lo que estás pensando. ¡Y tú que querías pasar desapercibida!
-“¡Viste flaca que papá es una caja de sorpresas!”- te dice Andrés. A continuación, detiene su “nave” ante el cuidador, quien inquiere:
-“¿Normal o Especial?” (“¿A qué se referirá?”), te dices, aunque tu capacidad de asombro está colmada, bah, eso crees.
-“¡Papá, mirá esta pintita!“ – le dice Andrés, y tú que no sabes ya dónde esconderte.
-“Puedo ofrecerle la Suite Oriental”- dice el cuidador.
-“¡Sea la Suite Oriental!”- acto seguido, el cuidador lo guía.
Y tú, que ya no tienes fuerzas ni para decir una sílaba. Así que procedes a bajarte de “Spider”.
La habitación, está decorada como el palacio de un califa, el piso, de cerámica en damero, y el detalle lo conforman dos pequeñas portátiles con forma de “La lámpara de Aladino”.
El cubre camas es de seda violeta.
-“Flaca, ¿querés tomar algo?”- (Claro, se trata de un caballero).
Tú ya sabes: perdido por perdido…
-“Sí, un destornillador”.
Con todo, cuando llegan las bebidas, tu cuerpo afloja, y de repente, piensas que quizá la noche no termine tan mal. Quizá todo el sufrimiento previo no haya sido en vano.
Ni bien terminas de tener estos pensamientos, se abre la puerta del baño, y allí está él, sí. No es una visión. ¡Es Andrés, con una minúscula tanga de seda verde!
Decides olvidar su vestimenta, al menos por un rato.
-“¿Y flaca? ¿Te gusta papito?”
Sin esperar respuesta, Andrés se te tira encima de modo bestial, y comienza a gemir… a gemir…. A gemir… Luego grita, grita más fuerte, cada vez más fuerte, por momentos crees que todo el telo los está escuchando. Hasta que pronuncia la frase reveladora:
“¡Soy el rey del sexo, me voy, me voy, me fui!”- a continuación unos jadeos interminables, que se escuchan desde la rambla.
A la cuenta de tres, todo había terminado. No te dio el tiempo para decir ni una sílaba.
-“Dale flaca, ¡vestite rápido que esto es por hora y faltan tres minutos!
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”- te preguntas)
-“¡Qué la parió, soy el macho de América! ¿Viste flaca lo que papá te regaló? ¿Te gustó la sorpresa?”-
-“¡Dale flaca!”- grita Andrés, un cierto dejo de violencia.
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”- te preguntas nuevamente)
-“¿Sabés qué, flaca de mierda? ¡Yo me pelo! ¡Tomate tu tiempo para vestirte, pero garpas vos!”
Y anonadada, ves que el tipo se sube a “Spider” y arranca a toda velocidad.
(“¡Ay! ¡Qué hice yo para merecer esto!”)- te preguntas nuevamente, ya pensando en el suicidio, ante que salir del telo a pie y sola.
Ha pasado la tercera vez, y no ha sido la vencida.
Anna Donner © 2009
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