Mi estimada amiga:
Ya has leído el tópic previo, “Misión Imposible”. Pero no es el único in suceso que podría ocurrirte durante la aventura de buscar al compañero estival ideal.
Sí, mi querida, existen otras “patologías” y con la finalidad de evitarte futuras decepciones, te presentaremos otro caso anómalo, que podríamos denominarlo “inversamente proporcional”, al del artículo anterior.
Tú estás acodada con tus amigas, y de repente, aparece un individuo, quien te pregunta: “¿Cómo te llamas?”. Tú, lo observas. Es evidente que esa frase la ha practicado infinidad de veces a solas con el espejo, lo detectas por el rubor de sus mejillas, o quizá por un ceceo, o por un leve temblor. Pero digamos que te apiadas de él, y te dices:
-“¡Pobre, se merece una oportunidad!”-. Así que pacientemente, le revelas tu identidad.
No mi querida. No se trata del bombón del tópic anterior, sino de un ratón de biblioteca. Lo detectas pues lleva gafas pasadas de moda, carece de estilo y elegancia. Tampoco parece estar demasiado embebido en lo que se refiere a estrategias de seducción. Pero, te dices, la noche es larga, y quizá, existan otras “revelaciones”.
Así, se dirigen a la pista de baile, tú, contoneando tus caderas. Pero, el individuo en cuestión apenas parece registrar tus señales. Por lo contrario te invita a charlar, pero de acción, ¡Ni hablar!
Tú te consuelas pensando que quizá sea un poco tímido, y decides darle aún su oportunidad.
“Atacas” tú. Pero descubres con pavor, que el tipo cada vez está más incómodo. Ya, por simple curiosidad, le dices:
-“¿Estás bien?”- Y te resignas: Esa noche lo único que harán será conversar.
Así, el tipo te habla de los problemas del mundo, de política, y tú… no has salido precisamente para ese fin. Pero, la criatura parece no darse cuenta que te estás aburriendo como una ostra, y prosigue con su charla, que ya está pasando a ser un monólogo. Por momentos te parece que estás en una asamblea, y él es el orador. Indudablemente, se trata de un P.B.I. (¡Pequeño Burgués Ilustrado!).
¡Y tú que querías acción! ¡Qué mala suerte!
Pero no quieres dar la noche por perdida, entonces decides dar un giro copernicano a la oratoria de tu novel acompañante, porque de aquello, ¡Ni hablamos!
¡Para qué! Toda tu vida te arrepentirás de haberlo hecho.
De lo primero que te percatas, es que este ejemplar de sexo masculino, evita hablar de temas carnales. Vaya que resulta un caso de estudio… Pero te apiadas de su alma, y tratas de conversar algo más con él.
Entonces, él te revela que perdió su virginidad a los veinte, te dices: ¡NO!
¡No es posible! Todas las ilusiones se te escapan por la borda.
¡Un inexperto!
Nada más aburrido y poco erótico que un individuo de tales características.
Porque a nosotras, ¡nos gusta que nos seduzcan!
Y no estamos para ilustrar a hombres hechos y derechos en materia sexual.
De todos modos, perdido por perdido, decides tomar la iniciativa. Comienzas con un beso, pero el tipo abre poco la boca. “¡Ni besar sabe!” Te horrorizas. Pero, como bien dijimos, tu noche ya está perdida, y perdido por perdido…
Tratas de tranquilizarlo y lo invitas a tu casa, para que el pobre tipo se afloje.
Lo invitas amorosamente a tu dormitorio, y comienzas a quitarte tu vestido verde manzana. Pero, ¡Nada!
Te preguntas si no te has equivocado y es una Hermana que se escapó de un Convento. Porque cuando intentas quitarle el bóxer, se cohíbe.
“¡No!”- te dices. “¡Qué mojigato!”
Pero si creías que estas eran todas las sorpresas… ¡Error! La cosa recién comenzaba. Te resultaba increíble, pero el P.B.I. no sabía las posiciones elementales y tenía dificultades para mover su anatomía. Era como que estabas tocando un elefantito de cristal.
“¡No!”- te dices. “¡Qué hice yo para merecer esto!”
Pero una vez más acudes a tu paciencia.
Evidentemente, este señor nada sabe de estas lides.
¡No sabe!
¡No tiene puntería!
“¡No!”- te vuelves a decir. “¡Qué hice yo para merecer esto!”
Es como una morsa inmóvil. Te preguntas si intentas moverlo, o mejor lo despides inmediatamente.
El individuo parece de manteca: te da la impresión de que si lo mueves, se quiebra en cualquier momento.
Al fin, decides que ya no estás para ilustrar a hombres grandes en materias sexuales.
El te sugiere vestirse, y tú asientes.
Pero para tu sorpresa, ¡no se va! Se instala en tu living, y decide proseguir su monólogo.
“¡No!”- te vuelves a decir. “¡Qué hice yo para merecer esto!”
Pero, si creías que eso sería todo, la noche era muy joven.
De repente, tu exótico acompañante… ¡desborda un cúmulo de lágrimas!
“¡No!”- te dices. “¡Qué hice yo para merecer esto!” “¡Un hombre que llora!”
Lo peor es que el individuo entra en una crisis. Tiembla desde el lóbulo de las orejas hasta el dedo gordo de los pies. Pacientemente, le preparas un té de tilo, para que se tome los vientos lo más pronto posible.
Al cabo de tres horas, logras calmarlo.
“¡Mejor me voy!” Exclama.
(¡Al fin te diste cuenta!) – te dices.
“¿Te puedo llamar mañana?” – (¡No!). Pero te da pena, así que le dices que sí.
No hay caso, te tocan los casos más patológicos.
Pero, no desesperes, amiga.
La tercera, será la vencida.
Anna Donner © 2009
Ya has leído el tópic previo, “Misión Imposible”. Pero no es el único in suceso que podría ocurrirte durante la aventura de buscar al compañero estival ideal.
Sí, mi querida, existen otras “patologías” y con la finalidad de evitarte futuras decepciones, te presentaremos otro caso anómalo, que podríamos denominarlo “inversamente proporcional”, al del artículo anterior.
Tú estás acodada con tus amigas, y de repente, aparece un individuo, quien te pregunta: “¿Cómo te llamas?”. Tú, lo observas. Es evidente que esa frase la ha practicado infinidad de veces a solas con el espejo, lo detectas por el rubor de sus mejillas, o quizá por un ceceo, o por un leve temblor. Pero digamos que te apiadas de él, y te dices:
-“¡Pobre, se merece una oportunidad!”-. Así que pacientemente, le revelas tu identidad.
No mi querida. No se trata del bombón del tópic anterior, sino de un ratón de biblioteca. Lo detectas pues lleva gafas pasadas de moda, carece de estilo y elegancia. Tampoco parece estar demasiado embebido en lo que se refiere a estrategias de seducción. Pero, te dices, la noche es larga, y quizá, existan otras “revelaciones”.
Así, se dirigen a la pista de baile, tú, contoneando tus caderas. Pero, el individuo en cuestión apenas parece registrar tus señales. Por lo contrario te invita a charlar, pero de acción, ¡Ni hablar!
Tú te consuelas pensando que quizá sea un poco tímido, y decides darle aún su oportunidad.
“Atacas” tú. Pero descubres con pavor, que el tipo cada vez está más incómodo. Ya, por simple curiosidad, le dices:
-“¿Estás bien?”- Y te resignas: Esa noche lo único que harán será conversar.
Así, el tipo te habla de los problemas del mundo, de política, y tú… no has salido precisamente para ese fin. Pero, la criatura parece no darse cuenta que te estás aburriendo como una ostra, y prosigue con su charla, que ya está pasando a ser un monólogo. Por momentos te parece que estás en una asamblea, y él es el orador. Indudablemente, se trata de un P.B.I. (¡Pequeño Burgués Ilustrado!).
¡Y tú que querías acción! ¡Qué mala suerte!
Pero no quieres dar la noche por perdida, entonces decides dar un giro copernicano a la oratoria de tu novel acompañante, porque de aquello, ¡Ni hablamos!
¡Para qué! Toda tu vida te arrepentirás de haberlo hecho.
De lo primero que te percatas, es que este ejemplar de sexo masculino, evita hablar de temas carnales. Vaya que resulta un caso de estudio… Pero te apiadas de su alma, y tratas de conversar algo más con él.
Entonces, él te revela que perdió su virginidad a los veinte, te dices: ¡NO!
¡No es posible! Todas las ilusiones se te escapan por la borda.
¡Un inexperto!
Nada más aburrido y poco erótico que un individuo de tales características.
Porque a nosotras, ¡nos gusta que nos seduzcan!
Y no estamos para ilustrar a hombres hechos y derechos en materia sexual.
De todos modos, perdido por perdido, decides tomar la iniciativa. Comienzas con un beso, pero el tipo abre poco la boca. “¡Ni besar sabe!” Te horrorizas. Pero, como bien dijimos, tu noche ya está perdida, y perdido por perdido…
Tratas de tranquilizarlo y lo invitas a tu casa, para que el pobre tipo se afloje.
Lo invitas amorosamente a tu dormitorio, y comienzas a quitarte tu vestido verde manzana. Pero, ¡Nada!
Te preguntas si no te has equivocado y es una Hermana que se escapó de un Convento. Porque cuando intentas quitarle el bóxer, se cohíbe.
“¡No!”- te dices. “¡Qué mojigato!”
Pero si creías que estas eran todas las sorpresas… ¡Error! La cosa recién comenzaba. Te resultaba increíble, pero el P.B.I. no sabía las posiciones elementales y tenía dificultades para mover su anatomía. Era como que estabas tocando un elefantito de cristal.
“¡No!”- te dices. “¡Qué hice yo para merecer esto!”
Pero una vez más acudes a tu paciencia.
Evidentemente, este señor nada sabe de estas lides.
¡No sabe!
¡No tiene puntería!
“¡No!”- te vuelves a decir. “¡Qué hice yo para merecer esto!”
Es como una morsa inmóvil. Te preguntas si intentas moverlo, o mejor lo despides inmediatamente.
El individuo parece de manteca: te da la impresión de que si lo mueves, se quiebra en cualquier momento.
Al fin, decides que ya no estás para ilustrar a hombres grandes en materias sexuales.
El te sugiere vestirse, y tú asientes.
Pero para tu sorpresa, ¡no se va! Se instala en tu living, y decide proseguir su monólogo.
“¡No!”- te vuelves a decir. “¡Qué hice yo para merecer esto!”
Pero, si creías que eso sería todo, la noche era muy joven.
De repente, tu exótico acompañante… ¡desborda un cúmulo de lágrimas!
“¡No!”- te dices. “¡Qué hice yo para merecer esto!” “¡Un hombre que llora!”
Lo peor es que el individuo entra en una crisis. Tiembla desde el lóbulo de las orejas hasta el dedo gordo de los pies. Pacientemente, le preparas un té de tilo, para que se tome los vientos lo más pronto posible.
Al cabo de tres horas, logras calmarlo.
“¡Mejor me voy!” Exclama.
(¡Al fin te diste cuenta!) – te dices.
“¿Te puedo llamar mañana?” – (¡No!). Pero te da pena, así que le dices que sí.
No hay caso, te tocan los casos más patológicos.
Pero, no desesperes, amiga.
La tercera, será la vencida.
Anna Donner © 2009
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