Capítulo II. Expulsión.


El yo reflexivo de María de las Virtudes emergía desde las penumbras de su inconciente encarnado en un horrendo enano de jardín. Vestido con un sambenito amarillo, el enano elevó su dedito inquisidor:

-¡Pagarás tu blasfemia en el fuego del infierno!-. Consternada, Virtudes constató con terror cierta temperatura eneserecoveconon-sancto.

¡Oh,Padrenuestroqueestásenloscielos!- Arriba, abajo, al centro, adentro, ¡tuntún!. La cuestión es que ese desagradable infortunio no cedía. - ¡Dios Santo!.

María de las Virtudes acababa, irreverentemente, de abandonar el reino de los buenos. El hecho era irreversible.

-¿Y ahora, quién podrá defenderme?
-¡El Chapulín Colorado!
– ¡Oh!; ¿y tú quién eres?

Un bondadoso duendecillo ataviado con ropajes color carmín, le sonreía con agrado, tendiéndole su mano, cuyo dedo índice se mecía con lascivia.

- ¿Eres de verdad quien pienso?
- ¡Amada mía!
- ¿Eres tú?

Virtudes elevó la mirada, y sólo halló el vacío. ¿Qué había sido todo? Aún optimista, Virtudes elevó por segunda vez la mirada, el duende se había evaporado.

-¿Te has ido?-, Virtudes elevó por tercera vez la mirada, y esa fue la vencida. Desde la bruma de los cumulonimbos, el duendecillo esbozó para ella su más libidinosa sonrisa: -¡Después de ti!. - Acto seguido, se borró para no volver.

Sumida en la más terrible depresión, Virtudes elevó por cuarta vez la mirada, y en su lugar estaba el enano. Virtudes comenzó una alocada carrera. El enano corría tras ella, persiguiéndola a lo largo de trece agónicas cuadras.
- ¡Ayuda, por favor!

No obtuvo respuesta, dicen que no es bueno entrometerse en los asuntos del Diablo.Trece largas cuadras, tras las cuales emergió la benefactora silueta de la parroquia del Caramelito Descalzo.
-¡Ayúdeme, Padre!-.

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